Gárgolas insomnes

Noviembre 22 de 2010

¿A quién hizo justicia la Revolución?

El 20 de noviembre de 1910 comenzó la Revolución Mexicana, como llama el discurso oficial a la convulsión social que arrasó con un millón de vidas humanas. ¿A quién hizo justicia? En el centenario de aquel salto al abismo fratricida y un proceso emancipatorio finalmente inconcluso y traicionado, cuyo fracaso festeja cada año su engendro parasitario en el poder, la justicia no se ve porque es ciega y es ciega porque está muerta, dejó de existir a partir del primado de la política, según la noción que tienen de ella quienes repudian su existencia, más que su ejercicio corrupto, y quienes la conciben como vil negocio vil y son refractari@s al repudio, tan pasiv@s un@s como activ@s otr@s y jodid@s tod@s l@s demás. Ni siquiera justicia imaginaria existe ahora en esta patria de papel, este país ilusorio como vasto espejismo con población y territorio, pero sin conciencia de sí mismo. Ni siquiera justicia imaginaria existe aquí, no por carencia de imaginación, que abunda como recurso evasivo de la realidad y sus miserias, sino a falta de memoria y dignidad. No duele decirlo, sino que sea verdad. Para escándalo de la gente políticamente correcta, decir una dolorosa verdad es más bien liberador. Personalmente, reniego de mi nacionalidad porque me avergüenza; como soldado sin ejército y quijote solitario, me canso de pelear todos los días de la vida contra las mafias que la ceguera colectiva confunde con instituciones, pero me siento menos isla en este mar de podredumbre cuando las madres y los padres de l@s niñ@s calcinad@s en Hermosillo le recuerdan al mundo que México padece de amnesia y abulia, que los crímenes del poder, así atenten contra la humanidad, tienden a ser archivo muerto desde que ocurren, expediente desechado, echado a la congeladora de cobardía y complicidad, caso irrevocablemente cerrado por abandono institucional y acumulación de indiferencia y egoísmo en torno suyo, es decir, episodio relegado al último rincón de lo posible, "donde habita el olvido"... Y de ahí que las masacres perpetradas entre la frontera con Guatemala y el Río Bravo queden siempre impunes, todas sin excepción, y de ahí que más niñ@s sean víctimas inocentes, acribilladas a mansalva en retenes militares por bestias imperdonables fuera de control, nomás porque sí, porque las balas piensan tanto como quienes las disparan, porque la fuerza bruta aplasta a la razón, porque el poder espurio se impone a sangre y fuego sin límites de ninguna índole (en suma, como consecuencia, la muerte gana y la vida pierde), y de ahí Ciudad Juárez como síndrome y vergüenza mundial, monumento a la violencia, la más atroz y destructiva de la guerra criminal llamada "contra el crimen", la cruzada narcótica oficialmente declarada "contra el narco", la barbarie genocida que deja de ser noticia y termina por usurpar el lugar de la normalidad pública y la cotidianidad social... La peor de las tragedias, hay que insistir, es que nos acostumbremos a ellas.

¿A quién hizo justicia la Revolución? ¿Justicia? ¿Revolución? Quizás en la tierra de nunca jamás, versión infantil de la utopía (que significa en ninguna parte), alguien tenga noticias suyas.

«Aquí se juzga a genocidas», proclama orgullosamente una manta en la Plaza San Martín de Argentina con réplicas en los alrededores de un edificio que fue centro de detenciones y torturas durante la dictadura militar y, en adelante, será el Museo de la Memoria, me informa una "corresponsal" argentina porque, a diferencia mía, cree en la amistad. Con amargo rencor, le respondo que "aquí no existe más que solidaridad mutante, concurrencia de mierda en masa para consuelo de la mayoría; en vez de juzgar a los genocidas, aquí se condecoran unos a otros, el más enano de ellos decora con medallas a los demás y nadie protesta, ni masa ni ejemplo a seguir... Aquí te corresponde imaginar una parrafada que descarga la ira de su autor contra la gente del país que le tocó, por desgracia o error divino".

Para ponerme a tono combativo con estas fechas, gritaría que la lucha sigue, pero algo me dice que apenas está por comenzar. A riesgo entonces de ser triunfalista en un tiempo que despeña las esperanzas: ¡Muera la revolución que fracasó! ¡Viva la revolución que triunfará! (Ni yo me lo creo).

[] Iván Rincón 10:45 PM

Noviembre 18 de 2010

Soñé que viajaba de mosca en camión por una escarpada y serpenteante avenida como carretera, y reflexionaba que, por salir sin dinero, tendría que regresar caminando a través de la noche con mi cansancio a cuestas, así que salté del camión antes de que me alejara más, pero todavía no se despabilaba el pavote cuando se halló de pronto en un lugar equivocado, cuyo ambiente oscuro y sórdido era el paso de la muerte en el barrio donde vivió mi abuela materna hasta morir; en las bolsas delanteras del pantalón llevaba dos relojes (uno era el Casio negro y barato que me vendió un par de piernas morenas y adolescentes en el Tepito de Acapulco, y otro era el reloj dorado, también de pulsera, que mi madre recuperó de la calle a su regreso) y, como todavía no se despabilaba el pavote, los observaba y guardaba en las bolsas traseras; todo era bastante absurdo, como suelen ser algunos sueños, y el cambio de bolsas me hacía sentir la mirada predadora de un ratero; yo volteaba y él me ordenaba detener el paso; lo desobedecía y escuchaba correr a mis espaldas; yo volteaba de nuevo y él me pedía los relojes; yo respondía con una señal obscena y él trataba de quitármelos; el forcejeo llamaba la atención de un chavo afeminado que, tijeras en mano, reforzaba el atraco; mis manos sangraban con su agresión, pero lograban sacar los relojes y aventarlos; ambos corrían tras ellos y yo detrás de una patrulla que pasaba en ese momento por allí, pero se transformaba en un Volkswagen viejo al darle alcance; una mujer canosa lo conducía y me escuchaba sin detenerse.

-Tienes que hacer la denuncia en una delegación -me decía.

Yo dejaba de correr al escuchar esa burla y esperaba en el frío de la intemperie a que pasara otra patrulla; la siguiente era un Mustang súper equipado, pero sus conductores me ignoraban olímpicamente. Después de caminar un rato por la avenida, con los puños en las bolsas del pantalón para contener el sangrado, me cruzaba con un policleto y le decía mi situación.

-¿Conoces a los ladrones? -preguntaba él.

-Los reconocería -contestaba yo.

-Si conoces sus nombres, acúsalos para que los corran del trabajo -me aconsejaba el policleto en una transición de indefinición sexual, mientras caminaba con su bicicleta de lado; las nalgas sudorosas parecían de mujer y el sudor transparentaba un bermudas de licra, dejando a la vista una pantaleta mínima. -No puedo acompañarte porque esos lugares son muy peligrosos y me dan mucho miedo -balbucía él o ella y meneaba el trasero. Yo detenía el paso antes de atravesar un puente y ver cómo aquel ser ambiguo seguía caminando y hablando solo hasta reunirse, al otro lado, con muchos más de su especie.

[] Iván Rincón 3:07 AM

Noviembre 2 de 2010

En estos días de muerte, que de tan muerte son, muerto me hacen sentir, luego de los que no tuve teléfono, tampoco he tenido para darme siquiera un baño de agua fría, pero eso sí, el pandemonio intermitente de la bomba invade mi nicho diminuto, el aire que respiro envenado con rencor, mi sueño frustrado, encerrado entre cuatro paredes blancas y un techo blanco sin albur, como celda manicómica y camisa de fuerza prescindible porque no hago nada, ni escribir la denuncia del descarado atraco de Telmex para que la Profeco tramite una pérdida irreparable de tiempo, su exasperante simulación y mi desgaste infinito por tratar con burócratas, muertos mentales sin excepción y, mucho menos, respeto a la dignidad que ni siquiera conocen, masa inerte de inutilidad por vocación, especie parasitaria de inercia por costumbre y tradición, incapaz de concebir algo más allá del formulario, por lo menos una idea, no digamos iniciativa, o de perdida enterarse de su inconmensurable descrédito, aunque tampoco haga algo para sacudírselo, así sea una sola y única vez en su miserable vida o, mejor dicho, su muerte en vida, para sentar un precedente, librarse de la sombra y dejar atrás el fardo que mata inexorablemente al país, muerto de por sí, habituado a morir todos los días, a vivir en agonía perpetua una muerte vitalicia, descomposición de cadáver en actividad neutra, lacra y lastre que llevamos a rastras de un extremo a otro, en armonía cósmica, de nuestra existencia individual y colectiva... ¿Qué importan veinte muert@s o más de l@s que a diario llegan y se van, si nomás adelantaron un paso? ¿Por qué tanto pesimismo si la vida es bella de todos modos, y cuanto menos dura es más valiosa, las flores florecen, l@s pajarit@s cantan y l@s niñ@s juegan alegres?

Más de veinte asesinatos diarios en promedio es el cálculo que resulta de dividir 30 mil bajas por la «guerra contra el crimen» entre mil 430 días de espuriato hasta hoy, cálculo que no incluye a las víctimas de la inseguridad pública, digamos "normal", o sea, la cotidianidad anterior al sexenio de la muerte; mucho menos a los caídos en otra guerra cotidiana que libra el sistema social entre la población mayoritaria: la guerra contra la salud. El capitalismo que padecemos asesina por hambre y enfermedades curables para que unas cuantas sanguijuelas acumulen propiedades o, mejor dicho, se apropien de los bienes y dejen al pueblo los males.

Pescar y dejar a los peces sin agua son dos formas de matarlos; envenenar el agua es otra; matar a la gente de las tres formas es genocidio; podemos juzgarlo y encarcelar a sus autores, así estén detrás de un escritorio mientras los asesinos materiales abren o prenden fuego... ¿Podemos? ¿Por qué no existe justicia en este país de pacotilla y vacilada? ¿Qué hace tan distintos como distantes a México y Argentina, dos polos de una misma región, mediados por un territorio de historia escrita con sangre, paraíso de la impunidad al norte y paradigma de la justicia posible al sur? En materia de seguridad pública, México no tiene mucho qué envidiar a Argentina, donde la proporción de víctimas por la delincuencia compite con la nuestra, pero es un regocijo ver al otrora todo poderoso Videla con su pijama rallada y su número 23 detrás de las rejas, condenado a prisión para el resto de sus horas por los crímenes de la dictadura militar contra la humanidad entera y porque un grupo de señoras dio un ejemplo de tenaz valentía y dignidad. Aquí, en cambio, la gente medianamente informada cree que Zedillo, por ejemplo (autor de la militarización en Chiapas, la masacre de Acteal y la subrogación, proceso ilegal culminante con otra masacre: el incendio de la guardería ABC en Hermosillo, entre muchas tragedias más), es un demócrata propiciador de la alternancia en el poder y la "transación" a la buena onda. Otros países reproducen la tiranía trasnacional que ha sentado sus reales en México, salvo por la vergüenza de que Telmex no es posible más que aquí, en donde la mayoría de las casas con teléfono son de tributarios por voluntad propia y, cuando falta voluntad en donde tampoco existe dignidad, la de poderoso caballero vil dinero. Considerar a las mafias como instituciones, desde las leyes hasta los bueyes, explica su existencia y una normalidad invertida, tanto que, si de contar muert@s se trata, las estadísticas tienden a reducir su número a quienes mueren de viej@s en cama por causas naturales; estos casos terminarán por ser noticia de ocho columnas en primera plana; la nota roja ya es moneda corriente sin atención de nadie; la muerte violenta, nuestro de por sí...

[] Iván Rincón 11:09 PM

Octubre 30 de 2010

Días de muerte

(Versión publicada en Facebook)

En este sexenio, cada año tiene 365 días de muert@s; 30 mil pérdidas de vidas humanas entre mil 430 días de espuriato es el saldo promedio de bajas diarias en la espiral de barbarie genocida que sirve únicamente a la serpiente o al perro con rabia que se muerde la cola, como a Bush el pequeño le sirvió el llamado «eje del mal» y el terrorismo (engendrado y encabezado por Estados Unidos) para usurpar el poder a sangre y fuego durante ocho años y hacer del estado de excepción la regla general, la cotidianidad pública, perpetuación de vicios concebidos como virtudes... "¡Estamos ganando la guerra contra el crimen!" -era el peor chiste al respecto antes de que Blanche Petrich lo superara con una broma en el muro de Pedro Miguel acerca de que l@s muert@s son nuestr@s, gente de a pie, del pueblo, inclusive niñ@s y adolescentes, incontables inocentes, pero nadie tan VIP como las nalgas de Alejandra Guzmán, o sea, daños colaterales nomás. Los chistes en este contexto y con el pretexto del tradicional día de muert@s no son chistosos; indignan y explican por qué México es el país de «aquí no pasa nada», en donde todo es posible, hasta la más aberrante y demencial de las violencias, tan irracional como la risa oligofrénica.

En México es posible una destrucción continua y continuada, como la de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, y la capital del mismo estado, por no hablar de Sonora, Jalisco y Oaxaca, en donde hacen de las suyas los mismos asesinos seriales; en México es posible una sanguijuela como Carlos Slim, otra como Kamel Nacif, un góber precioso y una suprema corte de absoluciones a genocidas y pederastas; un chacal con el nombre de Ulises Ruiz, otro llamado Felipe el espurio; una guerra en Chiapas con todas las variantes de la contrainsurgencia, desde la táctica de «tierra arrasada» (porque México es aprendiz de Guatemala, y Chiapas es Guatepeor) hasta la entrada en acción de las hordas paramilitares, después exoneradas también por la mafia suprema, no sin antes pasar por el ecocidio, el ataque bacteriológico (mierda en abundancia multitudinaria como arma biológica), la división de comunidades y organizaciones, el fomento a la intolerancia religiosa, la inducción de miedo y desconfianza paranoica (epidemia reproducida y multiplicada por el sector de la sociedad civil más próximo al zapatismo indígena, su "aliado" más enfermo), de prostitución, alcoholismo, drogadicción, y, finalmente, la prolongación estratégica del conflicto bélico hasta degenerar en permanencia militar camuflada con el paisaje, como parte de la naturaleza, descomposición social vista como normalidad putrefacta: «la problema» es que esta situación sea «el costumbre», pues la mayor de las tragedias es que nos acostumbremos a ellas, que dejen de ser noticia y perdamos la capacidad de asombro, y no hay país más propicio que México para semejante aberración.

Quienes hacen bromas pesadas y chistes ligeros por más de veinte asesinatos diarios en promedio, una violencia nunca antes vista en México desde la Revolución, lo mismo llaman «las muertas» a mujeres jóvenes, estudiantes o trabajadoras, generalmente pobres, que son vigiladas, secuestradas, violadas, mutiladas, asesinadas y desaparecidas en Ciudad Juárez... por no hablar de Guatemala y España, en donde también tiene lugar este síndrome y operan las redes criminales que financian campañas electorales como las de Francisco Barrios y Vicente Fox, además del actual golpe de estado militar y policiaco, la usurpación en curso del fascismo en ciernes; decir «las muertas» es otorgar carta de naturalidad a la muerte más destructiva y atroz, o sea, la menos natural, así ocurra una semana sí y otra también, como la «guerra contra el crimen» que vamos ganando.

Y mientras las masacres en México permanecen impunes, todas sin excepción, inclusive las más recientes, de niñ@s por bestias armadas en retenes inconstitucionales y anticonstitucionales, «puestos de control» totalitario y arbitrariedad salvaje, aquí me salen con «la paz del mundo» y «la paz interna», y Nayeli Nesme dice, a propósito de la foto de Caldherodes arrestado, que a ella ne le gusta ridiculizar a nadie, y Ramón Ojeda, por su parte, dice que si no estoy con AMLO estoy a su derecha. En fin. Para empezar, no se trata de ridiculizar a nadie, sino de que los genocidas terminen de pudrirse en la cárcel, como en Argentina y otros países; lo único ridículo en estos casos es asumir una postura políticamente correcta en respuesta al exterminio... pero el ochenta por ciento de l@s atarantad@s con la estridencia grandilocuente que les metió por los ojos y las orejas el dinero del crimen organizado y votaron por Fox, lo hicieron seis años después por López Obrador y lo harán de nuevo en 2012.

Anestesiado por la televisión y la religión; embrutecido por el nacionalismo fanático de los dos centenarios y el futbol; mermado hasta la muerte en pausas por una contaminación asesina como la que subsidia desde los microbuses, los camiones de "limpieza" (que lustran el asfalto y envenenan el aire), las pipas de agua, los trailers y las fábricas, el desastre defeño del Gran Hermano; México tolera que lo jodan a diario con aumentos de precios, de impuestos, y otros índices negros, además del inflacionario, como el de la inseguridad pública y la mortandad por causas médicas (padecimiento crónico de un déficit alimentario por las clases subalternas), el de las asimetrías acentuadas con salarios, prestaciones, canonjías y privilegios cada vez más elevad@s para las elites del poder institucional, desde los altos mandos militares hasta los ministros y legisladores (los primeros no arriesgan el pellejo en ninguna guerra y los segundos aprueban sus propios sueldos), minorías parasitarias que se deben a la tolerancia de las mayorías populares, tolerancia indolente al abanico de la violencia como causa de agonía colectiva.

Finalmente, la cuenta de pérdidas arroja como resultados números negativos, la suma de muerte siempre será una resta, y si las grandes masas festejaron los centenarios de ciclos inconclusos y traicionados, y nadie puso la bandera nacional a media asta ni de cabeza, como el país, ahora celebran el repunte de adelantos que nos llevan hacia atrás, el hábito de finales anticipados, acumulación de vidas truncadas, el más allá cada vez más acá, tragedias de costumbre y costumbre de tragedias, tradicionales miserias, morir a fuego lento, aniquilamiento vitalicio de un pueblo, días y noches de infierno en todo el año, todo el sexenio y la era neoliberal.

El pan de muerto es el pan nuestro de cada día porque diariamente hay muerte por el PAN.

[] Iván Rincón 3:14 AM

Octubre 15 de 2010

Mensaje público a la Profeco

(Enviado también por correo electrónico a tres direcciones de la misma instancia)

A reserva de tener un registro adicional de mis llamadas a números 800, durante septiembre pasado hice exactamente cien llamadas locales y tres a Guadalajara, Jalisco. Telmex me cobra $ 921.00 por la renta del servicio telefónico y 415 llamadas "por pagar", contando la burla de los impuestos... Pero esto se acabó: No voy a pagar más que mi consumo ni seguiré tratando con esa compañía de robo sistemático / automático -no menos ilegal por mediación de las máquinas- que parece tener a todo México en sus manos, inclusive a la Secretaría de Hacienda federal, que avala con un sello en los recibos esta prepotente arbitrariedad, así como a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, cuyo principal servidor concentra toda información sobre la comunicación telefónica en México, entre otras, y la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), solidaria con el público usuario en la teoría y la ilusión, pero cómplice por omisión de la "empresa comercial" más deshonesta del mundo en la práctica y la desilusión.

Aun así, aunque no estoy ilusionado ni soy iluso, me dirijo públicamente a la Profeco para que haga su trabajo: ¿En qué banco y qué número de cuenta deposito lo que debo -no lo que me cobran quienes dan servicio telefónico al gobierno que los favorece a cambio, así me echen encima un bufete jurídico de veinte aboganters, ¡uy!- y cómo cancelo de una vez mi relación con Telmex? Para descontratar su pésimo servicio de internet cuando empecé a tratar con Avantel (otra basura), tuve que pagar durante seis meses más aquella pesadilla de obsolescencia cara, pero eso tampoco volverá a suceder.

Por su atención, gracias de antemano.

Iván Rincón Espríu

PD. Espero una respuesta pensada, no con formato burocrático / automático, y me permitiré publicarla también.

[] Iván Rincón 17:56 PM